sábado, 24 de abril de 2010

CONVERSAS DE OTOÑO EN LA TOMA


Poesía escrita con chapas de cartón

Para el visitante, la ciudad de General Roca se muestra bella y limpia como una amante gozosa de ser habitada; ciudad que hoy, a las riquezas frutihortícolas que desde siempre le proporcionó el Alto Valle, le suma la incipiente actividad petrolera (“Pensé en cerrar, pero voy a aguantar un par de años más, porque dicen que para entonces esto va a ser tan grande como Neuquén” dice entre resignada y optimista la dueña del alojamiento). “Roca en acción” proclaman gloriosos los carteles que inundan la ciudad donde todo promete ser bello.

Pero unos kilómetros al oeste, por el lado que se va a Neuquén, y en donde el céntrico verde comienza a transformarse en tierra blanca de la meseta, aparece la otra ciudad. La Fisque Menuco como la llamaron los que habitaron de siempre la región. La ciudad de techos bajos y construcciones humildes, resignada a no aparecer nunca en los folletos turísticos.

Allí está Villa Obrera, un barrio de trabajadores nacido hace unas 4 décadas cuando la ciudad comenzaba a crecer, y a la que recién ahora (precedido de un derroche de campaña mediática) le llega el asfalto. Allí, en el corazón de ese enclave de trabajadores y en unos terrenos fiscales hasta donde hace poco sólo crecía la maleza, hoy se levantan precarias construcciones de chapa, cartón y plásticos transparentes como ventanas. Es La Toma. Un asentamiento protagonizado por hijos o nietos de aquellos primeros vecinos, que apenas quieren un espacio propio para sus familias.

DIGNIDAD

Deshilachadas banderas argentinas y hasta alguna que en otro tiempo fue azul y amarilla, sujetas a ramas de álamos coronan ese barrio, tan parecido en su pobreza como a los que se yerguen en las afueras de Trelew, Madryn o Comodoro. Tan iguales ellos en su dignidad de resistir el embate de las fuerzas del poder; que tenga el color que color que tenga será siempre el poder.

En la calurosa, casi veraniega tarde del viernes 16, sólo los perros corrían por el asfalto nuevo que separa el viejo barrio con este otro. Y entonces apareció una desorganizada marcha de variopintos personajes, rodeada de un enjambre de guardapolvos blancos corriendo de un lado a otro de la calle que dejaban cartones con palabras, retazos multicolores y dibujos colgando de árboles, puertas y alambrados: Eran los poetas y artistas plásticos que participaban de la cuarta edición de las Conversaciones de Otoño, acompañados por los chicos de 4º y 5º grado de la Escuela Nº 723, que unos minutos antes habían compartido poesías y experiencias con ellos.

Sobre el lado izquierdo de la calle, las persianas cerradas denotaban la siesta de los obreros que duermen el sueño de los que ya han cumplido sus mínimos sueños. En la vereda de enfrente, los que sólo tienen precarios empleos para mantener la dignidad, no hay techo que aguante el sol cayendo a pleno, ni tiempo para dormir entre trabajo y trabajo. Apenas, tomar unos mates antes de seguir levantando las paredes que mañana les permita dormir tan tranquilos como los de enfrente.

Y hacía allí fueron los poetas con sus palabras.

PALABRA POETICA

Un par de versos de alguno bastó para entrar en confianza y el mate empezó una ronda que por lo extensa nunca terminó. –“Nosotros no queremos ser ilegales, sólo queremos pagar estos terrenos de a poco”, comentó una de las mujeres del lugar, mientras otro pequeño grupo de mujeres y niños se acercaba a ver lo que pasaba.

Hombres, mujeres y niños con miradas que se humedecen al escuchar las palabras de Gelman, citadas por el poeta Miguel Martínez: “Así, con el dolor y la amargura sueñan,/ luchan, caen, vuelven a combatir, / por una valerosa verdad, / así trabaja la esperanza, la torturan y no habla”. Esperanza que se hace cada vez más fuerte ante la inminencia de un desalojo.

Por casi una hora, los poetas intercambiaron palabras y esperanzas con la gente del lugar. Y nadie quería irse, sino fuera por la insistencia del “Chelo” Candia que veía como pasaba el tiempo mientras en la escuela del barrio (ubicada a menos de 100 metros) esperaban las tortas fritas regaladas por los vecinos.

“Huevos blancos, huevos frescos, huevos castaños, venga a ver que no lo engaño” pasa entonces recitando con su megáfono el vendedor de la desvencijada camioneta. En esa tarde, cuando ya el cielo de la tormenta asustaba desde el oeste, los poetas comprendieron que allí la poesía respiraba viva, sin la necesidad de los pomposos vestidos que la revisten los academicistas. Porque la poesía también se escribe con chapas de cartón.

Alfredo Giménez

No hay comentarios:

Publicar un comentario