Primavera del 90 en Trelew: El director del diario me dice que una chica, llamada Silvia Iglesias, quiere hacer un suplemento cultural y que él confía en mi capacidad de editor para encargarme de eso; pero que antes tenía que encontrarme con ella que vivía en Madryn para decidir si era factible (No hay muchos problemas me dije: El tema de la cultura me gusta y el concepto de desacartonarla -que ella proponía- aún más). Lo que quiere la flaca está bueno pensé ese día franco cuando tomé el bondi para visitarla en su casa. La orden era clara: De ese encuentro, o más bien de la decisión que yo tomara a partir de ese encuentro, dependía el suplemento. Pero mi decisión estaba casi tomada.
Al conocerla, ni siquiera los mates dulces lograron hacerme cambiar de parecer. Su convencimiento era tan claro que no podía negarme. Por horas charlamos del contenido, las formas, el diseño. Todo de acuerdo ¿Y qué nombre le ponemos? Pregunto. El mate pasa de mano, lo ceba y levanta su mirada de sirenas durmientes en un mar azul que según las mareas parecen verdes o hasta marrones. Naufrago. Propongo quizás estúpidos y lógicos nombres que hoy me daría vergüenza reiterar.
Entonces ella pronunció las palabras mágicas, o sería como decir que me tiró un ápercat de derecha y no supe frenarlo. Me gusta “Tinta China” dijo suavemente. Y fui como Bonavena contra Alí. Puro coraje, pero después nocaú. Tendido sobre la lona no necesito árbitro, sus ojos tornasolados lo dicen todo. La miro desde el piso del ring y no puedo hacer más que aceptar. Mi sumisión se refuerza cuando el brazo derecho no escucha las órdenes que desde el piso le daba mi cerebro, y acepta el último mate dulce.
Regreso repleto de dulcedades y con el cerebro dañado de los golpes directos, plenos a la cabeza; esos que no se recuperan con un buen baño.
Por dos años fue igual, derechizquier, derechizquier con mi cabeza jugándola de puchinbol. Duelen los ojos de tantos golpes.
Eso pasó hace mucho y hace poco leí algo que me esclareció los últimos veinte años de mi vida: “todos los golpes en la cabeza generan conmoción cerebral y los daños son irreversibles, aseguran los profesionales de la medicina”. Entonces lo tuve claro. Veinte años me costó entenderlo: Si este suple sigue firme es culpa de los golpes recibidos de esos ojos, que de tan tornasolados a veces tienen el color de la tinta china.
Gracias Silvia por conmocionar mi cerebro.
martes, 15 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario