jueves, 2 de diciembre de 2010

Tapa 61

Poesía y política en el libro de Román Cura

La Duendes, ahora se mete con Los Maestros

Juan Alberto Badía, años de radio

A todo charangos, hoy en El Arbol

“El discurso político en el discurso poético, y/o viceversa. Fábrica de esclavos y algunas interpretaciones”

Por Sergio De Matteo



Pensar la relación de literatura y política implica revisar los alcances de ambos conceptos, además de considerar el contexto en donde se desarrollan ambas prácticas discursivas. En Argentina, con la crisis de fines del 2001, la acción política devino en repulsión ciudadana y un lema popular definió su estallido: “que se vayan todos”.
La literatura omitió el cuadro de situación, y en la mayoría de los casos respondió a las propuestas del mercado, acorde a las estéticas que legitimara el canon. A su vez, de forma subterránea, fue emergiendo una poética que interpela a la política neoliberal con las herramientas literarias. Entre esas obras se encuentra “Fábrica de esclavos”, de Román Cura; en cuyos pliegues puede analizarse una relectura de los procesos ideológicos que han marcado y definido parte de nuestra historia.
Esa puesta en escena nos permite reflexionar respecto del estado poético de la política, o lo político consustanciado en la poética. Ya que la escritura actúa siempre como proyección, los discursos refractados en la literatura han sido los discursos pensados en la sociedad y sólo la conjunción de factores de lucha y militancia ha permitido a veces que, en el seno de sociedades capitalistas la literatura dejase de transmitir el discurso de las clases dominantes y se pudiera pensar, representar y escribir la poética del estado de emergencia de los vencidos.
Tanto si la batalla política excluye la violencia como si le abre el camino, la palabra, pronunciada desde lo alto de las tribunas, difun-dida por medio de micrófonos y pantallas, impresa por linotipias y rotativas, es una de sus armas principales. Al servicio del pluriparti-dismo o de un partido único, de una autoridad antigua o tradicional o de un candidato aventurero, ya sea para bien de una dictadura, de revolucionarios o contrarrevolucionarios, de intelectuales compro-metidos o de profetas engañosos, la palabra seduce y asusta, tran-quiliza o amenaza, arrastra a la acción o dispensa de ella, enseña y fanatiza, llama la atención sobre un punto determinado o, por el contrario, la desvía, exalta los sentimientos o se convierte en pura palabrería. La palabrería del prestidigitador que no quiere que se mire lo que hace con sus manos.

Thierry Maulnier



Desde dónde (o partir de cuándo) se podría plantear la relación de literatura y política en Patagonia es un interrogante que implica exhumar la historia oficial. El primer punto de inflexión estaría dado si se acepta como eje ordenador la matriz etnocéntrica, por lo tanto, en dicho caso, se tendría que revisar esa conjunción desde la llegada misma de los colonizadores. En diferentes investigaciones se describe que los europeos inauguraron la escritura sobre el territorio; hubo “un conjunto de discursos fundantes […] los primeros cronistas, viajeros y científicos […] recrearon un espacio al que asignaron una adjetivación particular que ha permanecido en el imaginario patagónico” , señala Silvia Casini. Y al montaje escénico, con su intraducibilidad, porque está ausente la voz del Otro, se lo concreta en un discurso que oscila entre lo real y lo imaginario; pero la fuerza irrefutable de las “imágenes” heredadas se hacen patentes en el ultraje, la xenofobia, y el genocidio.
En cambio si se deconstruye dicha dominante, también debería considerarse el funcionamiento sociocultural de los pueblos originarios, consta que frente a la abolición del paradigma colonial se reconocería en lo que fue considerado subalterno la existencia de particularidades similares de organización como en los estados europeos.
Esto conlleva a equiparar —con todas sus diferencias— en términos de contrato institucional tanto a Occidente como a América (o Abya Yala); y a esta acepción se la interpreta en su función disruptora en el relato totalizante del continente americano.
Esa línea de análisis queda abierta a modo de exploración; en cambio se propone hacer un corte sincrónico para poder observar algunos de los elementos que constituyen la obra Fábrica de esclavos y que, además, serían testimonios comparables con los textos de la realidad.

TIEMPO-AHORA
Si el menemismo había desguazado el Estado, con la crisis de fines del 2001 la Nación quedó sumergida bajo otro cono de sombras, pero en plena democracia. Estalló el campo político y las asambleas ciudadanas impusieron el lema popular “que se vayan todos”. La política se convirtió en un lastre difícil de sobrellevar; aunque de inmediato encontró potenciales representantes que hundieron aún más al país, porque se declaró el default que aisló a Argentina del mundo, se volvió a devaluar, y con la pesificación asimétrica se nacionalizaron las deudas privadas. La bienaventuranza prometida por el neoliberalismo sólo acrecentó la diferencia entre los beneficiarios de la economía concentrada y las mayorías excluidas en la pobreza.

Los guardianes de la democracia
mienten en todos los canales

Los presidentes saben
y han sabido
aprovechar nuestras babas

Los funcionarios inventan negocios
sobre nuestra llaga
hasta supurar la última gota

La justicia no es justa
ni justiciera
se justifica prohibiendo
y ordenando

Los líderes de izquierda
van derecho y son infelices

Los desaparecidos son campaña

El resto seguimos las sombras
sobre el cielo de alcantarilla
para ver qué nos cae (p. 26)

Plantear la relación entre literatura y política, hasta hace poco tiempo, podría entenderse como una ficción. Se remarca que esta lectura engloba la “segunda década infame” y los años en que se sucedió la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, y una serie de presidentes previsionales, donde el país estuvo a punto de desintegrarse, y sobrevoló la opción de ser conducido por una junta de notables de un organismo transnacional.
Política y literatura se han influido mutuamente, incluso sería posible enunciar también a la economía dentro del cuadro, y más allá del factor determinante que crea un hecho estético, es necesario considerar a esta dupla, literatura y política, como parte integrante del discurso social, ambos se contaminan con la lengua de la tribu.
El periodista Hugo Presman resalta que “una posición ideológica expresa siempre intereses económicos”. Y el signo está cargado de ideología. Se resaltan ejemplos claros en esas lides, como el “Canto XLV” de Ezra Pound, un poema “contra la usura”; “El analfabeto político” de Bertolt Bretch; “Promulgación de la ley del embudo” de Pablo Neruda.
De modo caótico se cita a poetas que las circunstancias y el devenir hicieron que confluyeran la literatura y la política, José Martí, Nicolás Guillén, Miguel Hernández, Otto René Castillo, Roque Dalton, Javier Heraud, Leonel Rugama, Ernesto Cardenal, Carlos Marighella, Roberto Obregón, Paco Urondo, Juan Gelman, Haroldo Conti, Miguel Ángel Bustos, Rodolfo Walsh, entre muchos más. (Palabra viva)

Los intelectuales
a la izquierda del general
los gorilas sin cara
enfrente (p. 32)

Un pueblo, una comunidad, un hombre, se reconocen como tal por una serie de sucesos que conforman su historia, y es en ese lugar común donde la tradición y los espíritus (o espectros) de época afianzan su proyección en el tiempo. Las diferentes tipologías culturales se entrecruzan generando el proceso dialéctico que hace y conforma la trama de dicho itinerario.
Democracia significa “poder del pueblo”, que, en su máxima expresión, sería un sistema sociopolítico y económico de hombres libres e iguales; no sólo libres e iguales ante la ley, sino en las mismas relaciones socioculturales. La democracia en cuanto concepción del mundo conduce al hombre y estructura, también, a la comunidad imaginada; en su idealización y utopía intenta consolidar la igualdad y la no arbitrariedad.

En consecuencia, interpelar ciertos conceptos obliga a mirar de soslayo lo que sucede y acontece en cada bloque histórico, porque en ese trayecto se disputan los espacios de poder con los antecesores y se pretende suplantar e instalar el propio paradigma. Todo cambio o recambio de las ideas dominantes produce conflictos. Sin embargo siempre coexisten núcleos o ejes que se sostienen y fortalecen; otros, totalmente obsoletos, señalan el agotamiento de modelos que, en definitiva, decantaron en crisis.
Bajo tales circunstancias emergen potencialidades que habían quedado postergadas en la lucha de clases, en el ordenamiento piramidal de la sociedad; por lo tanto el reconocimiento y la valoración del otro se hace ampliando el universo de acción de la política, es decir, de la consolidación de la democracia misma.

Y como propuso el crítico Terry Eagleton en sus estudios, la literatura puede hacerse eco de los problemas de la sociedad y canalizarlos estéticamente, dándole anclaje a la multiculturalidad, a la diversidad, a las minorías. Y desde esa política literaria puede ser posible desmontar (o deconstruir) las narrativas hegemónicas que desplazaron y marginaron a lo diferente, arrojándolo a la periferia.

Un sistema que aplasta la naturaleza
exprime al hombre y al planeta (p. 40)

El capitalismo salvaje no tiene intenciones de detener su maquinaria destructiva; y ante la reiteración de una historia que no sólo excluye en la toma de posición política sino que expulsa de la producción y reparto de riquezas a un gran número de ciudadanos de las clases más desprotegidas, quizás le ha llegado su hora; por lo menos las políticas desarrolladas desde los gobiernos que concilian con el Foro de Sao Paulo, expresan un apartamiento del sistema que exprime al mundo.
Y como dice el poeta y periodista Gerardo Burton: “En el sendero de salida del neoliberalismo y de la reasunción de las funciones de lo estatal, de lo público y de lo comunitario, no es casual que haya una crisis de lenguaje: se vacían de contenido las concepciones tradicionales —históricas, culturales— y ocurre la necesidad de resignificar hasta los sentidos más comunes, más elementales y cotidianos.”

Y en esa discordancia ante el poder unificador y subyugante, los poetas del sur, conscientes de las problemáticas sociales afincadas en cada una de sus ciudades, de sus territorios, vuelcan y convierten a la poesía en esa arma cargada de futuro que pidiera Gabriel Celaya. Citar Fáunicas de Claudia Sastre, Veneno para hormigas de Debrik Ankudovich, Calles laterales de Jorge Spíndola, Que extraño mundo extraño de Charlie Byrne, Conurbano sur de Ariel Williams, Shopping de la poesía y otras causas de Washington Berón, Maderita de Martín Pérez, Piedrapalabra de Julio Leite, Pedregullo de Laureano Huayquilaf, Escafandra de Carlos Pérez, Trilogía de cenizas de Arancibia, Rojas y Rivero, entre otros, como obras señeras de una forma de escribir y de deconstruir el poder, las reglas, las instituciones, es una acepción que no es sólo emblemática sino que corresponde a un registro concreto de toma de posición, donde una obra, aunque de escasa tirada, irrumpe en el desnutrido y vilipendiado contrato social y narra sin mordazas lo que la elite falsifica y silencia con la compra de los soportes multimediales.
Entonces, a pesar de estar leyendo desde la esfera del arte, es y sería viable la re-construcción de un sensorium que abarque a estos “desclasados” —que forman parte de los residentes de la Patagonia, de los que integran también un país denominado Argentina— y teja una red solidaria entre los fragmentos dispersos que deja y dejará el neoliberalismo globalizado. Por lo tanto, una de las prácticas que la crítica y la creación literaria debería reponer es el “salto del continuo histórico” como propusiera Walter Benjamin. Y ese salto sólo podrá ser posible darlo conociendo ese pasado que irrumpe y determina nuestras acciones en el presente, al resignificar cada una de las ausencias que nutre ese rico pasado, hoy rearticulado en un presente en ebullición y diverso, en la voz de la literatura.

Belén Gopegui afirma: “Toda literatura es política; preguntarse sobre literatura y política en las actuales condiciones significa preguntarse si la literatura, como la política, puede hacer hoy algo distinto de traducir, acatar o reflejar el sistema hegemónico. Estuvo a veces la literatura al servicio de causas revolucionarias. Pero muchas más veces estuvo al servicio de lo existente y, muchas otras, el poder capitalista cortó el camino, torturó, silenció, arrasó las condiciones de existencia en las que habrían podido germinar referentes distintos.”

ESTADO DE EMERGENCIA
Pensar en términos que recuperan una tradición que tuvo su prueba de fuego y, por consiguiente, marcaron el derrotero de América Latina, es un ejercicio necesario y que abre tanto el análisis y el debate, así como el funcionamiento de las obras de arte en este proceso emergente.

La tierra de la cultura emergente putrefacta (p. 29)

La ciudad letrada —con o sin la participación activa de sus actores— se nutre de obras canonizadas y las que están construyéndose, que luchan, discuten y se re-valorizan en la instancia de lectura y réplica. Lo instaurado, es decir, el enunciado conclusivo, emite su dictamen, un ordenamiento que traza un camino que puede ser ampliado (por los adherentes) o combatido (por los adversarios), que incidirá en la distribución del capital simbólico. La cultura es un campo de batalla, y es desde donde se desprenden y animan múltiples posibilidades, puentes y atajos, vasos comunicantes que, en definitiva, hacen y dan sentido a la historia literaria, porque más allá del fenómeno agonístico, de las voces legítimas y relegadas que se enfrentan, siempre habrá para cada escritura una fiesta de resurrección.

Eterna costumbre en auge
de matar niños
viajeros de donde no se sabe
a este enjambre
a educarlos (p. 15)

Aún perdura la incidencia política de la masacre propiciada por los Sarmiento, Mitre, Roca para cimentar sobre los vencidos el estado moderno. La Generación del 80 puso en práctica en el país el exterminio que los conquistadores ejecutaron en el continente americano. Los objetivos eran netamente económicos, y la resistencia de los pueblos originarios solamente podía ser aniquilada a través de la violencia. El Proceso de Organización Nacional instrumentó el “genocidio organizador”. Casi un siglo después, otros asesinos, con el pretexto de la lucha subversiva e ideológica, concretó otra matanza. En marzo de 1976 el Proceso de Reorganización Nacional instauró el “genocidio reorganizador”.
En Argentina se destruyó a los pueblos originarios y a las formaciones ideológicas, so pretexto de salvaguardar a la Patria; militares y civiles asociados para usufructuar los territorios rapiñados y la fuerza de trabajo, no tuvieron problemas en sojuzgar, esclavizar, torturar o desaparecer a hombres y mujeres que eran libres por garantía de la constitución tantas veces redactada y refrendada.

Odio el mundo feliz
que trajeron los barcos (p. 12)


¿Y los que como vos
abren el alma a esta tierra
facilitando el coito
de la proa asesina?

Ese hombre del símbolo amenazante
es creación del amo
quien siempre supo qué hacer
de las revoluciones
las ideas
y los sentimientos (p. 22)


Los dueños de los papelitos
festejan la nueva impresión
que homenajea a un asesino histórico
una campaña que dejó un desierto (p. 27)

Deleuze y Guattari definen que: “Una literatura menor no es la literatura de un idioma menor, sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor”.
Considerando este aporte deben releerse en otra clave a las obras del acervo cultural patagónico, porque una “de las características de las literaturas menores es que en ellas todo es político”. Ese quehacer conlleva a destramar un tejido cargado de secuelas, heridas y olvidos que irrumpen en cualquier instante, una impronta que —debido a que los hechos son sucesos históricos y cotidianos— se conecta de inmediato con la acción política; y la literatura, tarde o temprano, dará cuenta de ello.
En el libro El genocidio como práctica social, Daniel Feierstein explica: “De un modo u otro, estos diversos pensadores —y, de allí en más, quienes los sucedieron— se han propuesto algún tipo de inclusión de los procesos sociales genocidas en el contexto de una “narración histórica”. Hayden White ha sugerido que las ciencias sociales —al igual que la literatura— se ven obligadas a utilizar recursos narrativos calificados como una “poética de la historia”, y que conforman modos de tramar (romántico, trágico, cómico, satírico), de argumentar (formista, mecanicista, organicista, contextualista) y de implicación ideológica (anarquista, radical, conservador, liberal). Esos tres modos de analizar las narraciones —el tramado discursivo, el argumentativo, la implicación ideológica— se encuentran articulados e influenciados mutuamente.”

En el nombre de los
sicólogos sociólogos
médicos dentistas
cirujanos sanateros
artistoides comunachos
curas pastores
maestros de jardín y de encierro
militares profesores
policías violadores
babosas patovicas fierros de matar
periodistas publicistas
hombres televisivos pancartistas del poder
políticos comerciantes
empresas empresarios
sindicatos del dominio
asesores abogados jueces
tontos de inteligencia
filosofoides cientifiqueros parasicólogos
padres hijos espíritu santo
como era en un principio
ahora y siempre
por los siglos de los siglos
estacas

Paul Claval expone que: “El poder se apropia de las tierras anotando en registros, planos o mapas las colecciones de los nombres de los lugares”; y en otro parágrafo deja explícito como: “La institucionalización social del espacio implica trazar límites. Estos separan lo salvaje, lo natural, lo humanizado y lo habitado, el bosque y el monte, el campo y la ciudad, lo sagrado y lo profano”; y ese es el modo con que la biopolítica occidental, en una vorágine globalizada, impuso en versión extrema la institucionalización del espacio, y se encuentra manifiesta en el individualismo neoliberal que se refuerza y representa en la posesión de la propiedad privada.

No soporto las ciudades
en forma de reglas
o tablero de los reyes (p. 6)


Qué bien se te ve
esquivando el barrio de piedra
de los indios de roca (p. 28)


Sobre la parte alta
de este machucón que se inunda
tomé terreno entre mapuches
desabrigados por sus muertos

Todo afuera huele a urna
y en las tierras vendidas
el olor es a sangre y tranquera

Ajeno y prohibido
nuestro paisaje (p. 41)

Con toda esta historia oficial a cuesta, se debe aplicar la fórmula benjaminiana de pasar el cepillo a contrapelo; y desde el estado de emergencia reconocer que nuestra región emerge con una potencia inusitada, y cuando se dice “región” no se piensa ni reduce la acepción al Estado-Nación que todos conocen —el de las comunidades imaginadas—, sino que la referencia es a la Patria Grande; a esa enorme red de multiplicidades que se despliega como una telaraña en cada uno de los procesos abiertos en las aldeas “glocales”. Son pueblos que han tenido su propio origen y elaboraron el sensorium que los identifica, pero la conquista ultrajó y destruyó sus particularidades, apropiándose del capital humano, económico y cultural. Tanto el colonialismo como el imperialismo son deudores de esa vejación y omnipotencia. A lo largo y ancho de este territorio se cuenta una historia semejante, y es la que corresponde a poblaciones oprimidas, postergadas, que en un latrocinio sin precedentes hasta se las intentó transculturar.
Su resistencia es ejemplar ante la sanguinaria máquina occidental y han logrado subsistir; conservando sus costumbres y tradiciones. No obstante, el “rey” Juan Carlos y el “papa” Benedicto XVI niegan las trapisondas del poder colonialista, aludiendo que la evangelización del continente no supuso una alienación de culturas precolombinas ni fue una imposición de una cultura extraña. La contracara de esa ironía recae en las multitudes que en Abya Yala se preparan para la liberación.
Ese temperamento radical se encuentra encarnado en la idiosincrasia de un colectivo que ha sido bastardeado y solapado durante siglos por las teorías importadas desde Europa o Norteamérica. A esas modas epistemológicas adhirieron de inmediato los intelectuales orgánicos, imponiendo desde sus intervenciones “el miedo de ser uno mismo”; pero don Arturo Jauretche los desnudó sin miramientos cuando los acusó de ser dominados y deudores de la pedagogía colonialista.

En 1970, Rodolfo Walsh, en una entrevista que le hacía Ricardo Piglia reponía esta idea: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”

La poeta Graciela Cros escribió que “la poesía política está mal vista/ Yo digo que la poesía es política”; y se apela a esta cita para encauzar la mirada sobre la producción poética de Román Cura, porque lo político (como cosmovisión del mundo) es un sujeto activo que reclama y apuntala injusticias desde sus textos, y por consiguiente trasuda varios espacios significativos. En su impronta conviven múltiples capas que se van consustanciando para “decir” los aconteceres del sur de la patria, pero esa focalización no lo limita ni lo deja afuera de lo que ocurre en el mundo.

El autor del libro Fábrica de esclavos, acepta el desafío incómodo de relacionar literatura y política, y se apropia de un discurso social para construir su propio discurso estético, fundamenta su síntoma y lo expone, y de esa manera termina convirtiéndose en un sujeto espinoso, lo que le permite hurgar en el pasado y horadar en el presente para denunciar, desde una poética descarnada, las tribulaciones del modelo más perverso que ha creado el hombre para explotar al hombre: el capitalismo; la fábrica de esclavos.